Me sudaban las manos, tenía esa sensación que entonces era nueva pero que se repitiría muchísimas veces, esas ganas de, si hubiese tenido oportunidad, marcharme lejos de ese “backstage” improvisado de apenas 3 metros cuadrados. Pero no podía. Allí estaba yo, en el Montacargas, un garito cerca de Puerta del Ángel, que un tipo alquilaba para luego dar oportunidades a chavales como yo a cambio de que llenasen el local y los asistentes pagaran su entrada. Era una oportunidad y un garito de mierda, admitámoslo, pero para mí era el Gran Rex.
Estaban todos mis amigos y los amigos de otra gente que venían a lo mismo que yo, a demostrarse si podían tocar en público. Estaba Ivancillo y Gorka, Ana Laura y mi padre que tiempo más tarde me reconocería que no tenía muy claro que su hijo menor pudiese cantar. El cantante de la familia era él, siempre ha tenido una voz privilegiada. Años más tarde insiste en que, claro, el micro ayuda mucho.
Y yo seguía allí, en el backstage con mi sudor de manos y una guitarra marca Admira, barata, que sonaba mucho mejor que la mía y que me había prestado Almudena, gracias. Y llegó el momento, inyección de adrenalina nueva para mí y un miedo escénico incontrolable. Había pensado en ese momento y en el orden de las canciones cientos de veces. Sólo me dejaban tocar 4 y yo, cómo no, decidí empezar con la canción más difícil que me sabía, “El sitio de mi recreo” de Antonio Vega, para impresionar a la audiencia….
La ignorancia es atrevida y, si tienes 18 años, más. Me presenté aturullado y empecé con la primera canción. Mis manos eran las de otro, las de un tipo que nunca había cogido una guitarra, tampoco estábamos tan lejos, yo llevaba apenas 2 años tocando y tenía una voz interior que me gritaba que había empezado demasiado tarde, que nadie aprende a tocar bien a esa edad y que era normal que no me saliera nada, qué esperaba.
El suplicio duró unos 15 segundos y 3 o 4 acordes mal puestos. Asumí que sería incapaz de tocar esa canción y entonces descubrí mi vis cómica. Paré y dije “esto en mi disco no pasa”. La gente rió y empecé con otra canción. Volví al “sitio de mi recreo” como tercera canción y salió como pudo, pero salió.
Pese a todo, quedé satisfecho y me animó a seguir tocando en público. “El sitio de mi recreo” se convirtió en una canción comodín. Cuando me sentía bloqueado en un concierto, la tocaba para darme paz, para recordarme que las cosas pueden salir bien o mal, pero lo importante es no detenerse a analizar demasiado y seguir haciendo. Como me decía el bro tras un buen o un mal concierto “hoy eres tan bueno o tan malo como ayer” , palabras sabias que me han servido para ajustar el ego en los momentos buenos y no derrumbarme en los malos.
Tiene una letra extraña, críptica y a la vez llega y te atraviesa, encuentra tus demonios, dice muchas más cosas de las que podía entender con 18 años. Es obra de una mente preclara arruinada o creada por la heroína. Esos rincones del cerebro que nunca conoceremos.
Esta semana me llamó Miguel para decírmelo, me duele su pérdida como la de un ser querido. í‰l me animo a aprender a tocar canciones, y a escribirlas. No le conocí, no crucé ni una sola palabra con él, pero por alguna razón irracional, le siento de la famila.
Duró más de lo que se esperaba, hay gente que le hizo homenajes a finales de los 90… pero bienvenido sea cada minuto más de vida de este hombre.
Así que pensé que lo mejor era aglutinar todo en una canción y grabé mi primer video para youtube en su memoria, sin trampa ni cartón, una sola toma tal y como salió con sus desafines y su realidad, aquí lo tienes. Te echaré de menos Antonio, estarás siempre aquí, mientras haya alguien que cante una canción tuya.